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domingo, 8 de diciembre de 2013

Segundo Domingo de Adviento

Nota: este domingo por ser 8 de diciembre celebramos la Inmaculada Concepción de María, pero de igual forma dejo lo correspondiente al segundo domingo de adviento para enriquecimiento espiritual propio del tiempo liturgico.

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO


Estando todo el tiempo de Adviento singularmente consagrado al culto divino y a los ejercicios de piedad, y siendo los domingos unos días que piden una aplicación más particular a la oración y a todos los deberes de la religión cristiana, es fácil concebir cuán santa debe ser la celebración de los domingos de Adviento. En el discurso del domingo precedente (ver aquí) ha podido verse lo que san Carlos dice de él en su admirable instrucción a su pueblo. La vigilancia y la solicitud infatigable de aquel Prelado le hizo reiterar las exhortaciones en orden al Adviento en sus concilios provinciales, en sus sínodos diocesanos, y en sus cartas pastorales, en una de las cuales nada omite para inclinar a sus ovejas a que comulguen todos los domingos de Aviento, y a que ayunen por lo menos el miércoles, el viernes y el sábado de cada semana de este tiempo de penitencia.

El Segundo domingo de Adviento, que en otro tiempo se llamaba el tercero antes de Navidad, parece consagrado del todo a la celebración de la primera venida del Salvador, y a prepararse para la solemnidad de su nacimiento. La Epístola que se lee en la misa de este día está tomada de la carta de san Pablo a los Romanos, a quienes dice el Apóstol, que todo lo que se ha escrito ha sido para nuestra instrucción; a fin de que por la paciencia, y por la consolación que se saca de las Escrituras, conservemos una esperanza firme de ver la verificación de todo lo que se ha predicho. He aquí las promesas que Dios había hecho a los Patriarcas y a los Profetas. He aquí lo que estaba escrito: El Señor vuestro Dios suscitará un Profeta como yo, de vuestra nación, y de entre vuestros hermanos; a Él con preferencia a cualquier otro es a quien debéis escuchar. Moisés, inspirado de Dios, es el que habla al pueblo en este pasaje, prediciéndole el Mesías que debía ser el autor y el origen de su felicidad, después de haber sido el objeto de sus deseos y de sus votos. Estaba prohibido a los hebreos todo género de adivinación. Cuando hubiereis entrado, les dice Dios, en el país que os dará el Señor vuestro Dios, guardaos bien de querer imitar nunca las abominaciones de aquellos pueblos.  Estas abominaciones eran las supersticiones de los paganos, por medio de las cuales pretendían conocer el porvenir, ó precaver los accidentes molestos de la vida. Como pretender purificar los hijos, haciéndoles pasar por fuego.  De aquí procede sin duda la superstición de que habla el Crisóstomo (San Juan Crisóstomo, Padre de la Iglesia), la cual se practicaba saltando por encima de hogueras encendidas, superstición que Teodoreto y el concilio in Trullo condenan con razón como un resto de las antiguas impiedades del paganismo, lo mismo que el consultar a los adivinos, creer en los sueños, y consultar a los augures y a los que se meten a adivinar, y todas las demás supersticiones que Moisés refiere por menor en el cap. XVIII del Deuteronomio, y que el Señor abomina. Vosotros no debéis temer, añade el Profeta, que os falten personas que os descubran las cosas futuras y desconocidas. Dios suplirá cumplidamente a la falta de los adivinos y de los magos, de los encantadores y de los augures, por un Profeta que suscitará en medio de vosotros, y que os instruirá de su voluntad; no tendréis que trabajar para buscarle en las naciones extranjeras: Dios os dará un Profeta suscitado de en medio de vosotros, que no tendrá menos conocimiento que yo, y que os enseñará la verdadera senda de la salud, y el camino recto que conduce a la vida. Dice que será como él: esto es, Profeta, Legislador, Rey, Mediador, Jefe del pueblo de Dios; en una palabra, que será la realidad del que Moisés no era más que la figura.

Es evidente que el Profeta de que habla aquí Moisés, no es otro que el Mesías prometido. Así que los judíos, aun los del tiempo de Jesucristo, no dudaban que Moisés en este pasaje hablaba del Mesías. Los Apóstoles suponen en el pueblo esta opinión como un sentimiento común y universal. San Pedro en el primer discurso que hizo en el templo de Jerusalén, después de la curación del cojo, no tiene dificultad en asegurar que por fin en la persona de Jesucristo se ve el cumplimento de la promesa que Moisés les había hecho en otro tiempo, profetizándoles que Dios les suscitaría un Profeta como él de en medio de sus hermanos. (Hch. III, 22). San Esteban pondera el mismo pasaje a favor de Jesucristo. (Hch. VII). El apóstol san Felipe (Juan . I, 45) dijo a Natanael, que había hallado el Profeta de quien había hablado Moisés en el libro de la Ley. Por fin habiendo visto el pueblo judío la multiplicación de los cinco panes, no dudó que Jesús fuese el gran Profeta prometido por Moisés. (Juan. VI).

En los últimos tiempos, dice Isaías, la montaña de la casa del Señor se establecerá sobre lo más alto de las montañas, y se elevará sobre las colinas, y todas las naciones correrán a ella en tropas. Él nos enseñará sus caminos, y marcharemos por sus senderos; porque la ley saldrá de Sion y la palabra del Señor de Jerusalén. (Isai. II). La ley nueva ha salido de Sion. El Evangelio, el Cristianismo ha nacido en la Sinagoga; Jesucristo no ha predicado más que en la Judea. No ha venido para destruir la ley, sino para cumplirla y perfeccionarla. Hijos de Sion, exclama el profeta Joel (Joel, II), saltad de alegría, regocijaos en el  Señor vuestro Dios, porque os ha dado un Maestro que os enseñará la justicia. En otros cien pasajes de la Escritura se observa el verdadero retrato de Jesucristo en las profecías. Esto es lo que hizo decir a la santísima Virgen en la primera conversación que tuvo con su prima santa Isabel: Luego que el Verbo ha tomado carne en mi seno, el pueblo de Israel ha recibido el cumplimiento de la promesa hecha a nuestros padres, a Abraham y a todos sus descendientes. Esto mismo es también lo que san Pablo quería dar a entender a los cristianos de Roma en la carta que les escribe, cuando les dice que todas las cosas que han sido escritas, lo han sido para nuestra instrucción; y que si el ministerio de Jesucristo miraba singularmente al pueblo circuncidado, esto es, si el Salvador ha querido nacer de la raza de David, y en medio de los judíos; si Él mismo se ha dignado someterse a la ley de la circuncisión, para pertenecer a su pueblo; si les ha predicado por sí mismo, lo que no ha hecho con los gentiles; si ha hecho sus milagros a su vista; si ha obrado la salud del mundo en medio de la Judea, todo esto ha sido para cumplir las profecías y verificar las promesas que Dios les había hecho: privilegio que no han tenido los gentiles, aun cuando no hayan sido excluidos del beneficio de la redención; y que Dios no ha dejado de anunciar su vocación y su conversión en innumerables pasajes de los Profetas, de los cuales habla san Pablo en la Epístola de la misa de este día. Puede, pues, decirse que con predilección había mirado a los judíos: pero este pueblo ingrato se había hecho indigno de ella. Así es que el santo Apóstol, dando a conocer en esta Epístola las prerrogativas a favor de los hebreos, no olvida la misericordia con que Dios ha mirado a los gentiles, y de la cual habían tantas veces hablado los Profetas. Aparecerá la vara de Jesé, dice Isaías, y el que saldrá de ella para ser el Maestro de las naciones, es aquel en quien todas pondrán su confianza.

Fácil es concebir cuán oportunamente está aplicada esta Epístola a este día, singularmente consagrado a celebrar el  cumplimiento de las divinas promesas que Dios había hecho, no solo a los judíos, sino también a todas las naciones del mundo, cuando dijo a Abraham, que todas las naciones de la tierra serían benditas en uno de sus descendientes. (Gen. XXII).

El Evangelio de este día corresponde perfectamente al designio que tiene la Iglesia en este santo tiempo, de disponernos a celebrar dignamente el advenimiento del Salvador del mundo; puesto que se ve en Él el testimonio que le ha dado su santo Precursor, a fin de que, por medio de la predicación de aquel que ha sido destinado para anunciarle, sepamos quién es el que va a venir.

San Juan Bautista, lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, alimentado en el desierto, se había fortificado mucho más en el espíritu que en el cuerpo. Salió por fin de su soledad, y se presentó al pueblo de Israel, al año treinta y uno de su edad, que era el trigésimo de la del Salvador, y el décimo quinto del imperio de Tiberio. En este tiempo fue cuando el primer heraldo del Redentor, este hombre nacido por milagro, y nutrido entre los rigores de la más austera penitencia; este admirable solitario, oculto hasta entonces en la profundidad de un desierto, recibió la orden para comenzar a cumplir su encargo. Vióse, pues, aparecer el Precursor del Mesías, que los Profetas habían llamado al Ángel de Dios, no solo porque era el enviado de Dios, sino también porque había recibido grandes luces del cielo, y porque vivía en la tierra mas bien como Ángel que como hombre. Era aquella voz poderosa que, según Isaías, debía resonar en el desierto, y enseñar a los pueblos a que se dispusiesen para la venida de su Rey. Él anunció el reino de Dios, clamó contra los vicios que reinaban en el pueblo y en la corte, y no se las ahorró ni con los grandes, ni con el príncipe mismo. 

Era este príncipe Herodes Antipas, el cual mantenía trato escandaloso con Herodías, mujer de su hermano Filipo. San Juan, que gozaba de cierto ascendiente con el Príncipe, no pudiendo ver con frialdad el que viviese en un adulterio escandaloso, le reprendía su crimen. Herodías, irritada por el celo del hombre de Dios, obligó a Herodes para que le hiciese prender. Mientras que el santo Precursor estaba en la prisión, el Señor llenaba toda la Judea con sus maravillas; acababa de curar en Cafarnaúm al siervo del centurión, y de resucitar el hijo de la viuda de Naím, y por todas partes no se hablaba más que de los milagros de este nuevo Profeta. El ruido de tantos prodigios, y la reputación del que los hacía, llegaron a noticia de san Juan. Queriendo el santo Precursor que sus discípulos conociesen el mérito y la cualidad de aquel del cual sabía muy bien que él no era más que el heraldo, se aprovechó de está ocasión para enviarle dos de los más distinguidos de sus discípulos, a fin de que en su nombre, y en nombre de todos le hiciesen esta pregunta: ¿Eres tú el que debe venir, ó debemos esperar otro? El Salvador no les respondió sino con los milagros; dio la vista a muchos ciegos en su presencia, curó instantáneamente a muchos enfermos, y libró un gran número de poseídos del demonio, después de lo cual les dijo: Id, y decidle a Juan Bautista lo que acabáis de ver y de oír; decidle que al imperio de mi voz, los ciegos recobran la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan; decidle, en fin, que los pobres, que son el desecho del mundo, los pobres, aunque miserables, aunque ignorantes y groseros, vienen a mí, yo les instruyo, y reciben y abrazan mi Evangelio, mientras que los sabios y los grandes de la tierra no pueden ni comprenderle, ni resolverse a observar sus preceptos y sus máximas. Vosotros sabéis que si se ha de creer a los Profetas, estas son las señales que deben dar a conocer al Mesías; pero que no obstante y a pesar de tantos motivos como hay para creer que soy yo verdaderamente este Mesías tan esperado y tan deseado, encuentro muy poca fe entre los del pueblo. ¡Oh, y qué dichoso será aquel que viéndome perseguido permaneciere firme en su fe; que en medio de mis tormentos no rebajará nada en la estima ni en el amor que me tenía, y para quien mi vida pobre y mis humillaciones no serán ocasión de escándalo!

Habiendo despedido el Salvador a los dos discípulos de san Juan, se extendió mucho en las alabanzas de este santo hombre, y dirigiéndose a los que estaban en rededor de Él, les dijo: Cuando habéis ido a ver a Juan en el desierto, ¿qué es lo que pensáis haber visto? ¿Acaso un hombre constante en sus resoluciones, ó ligero como una caña que es juguete del viento? ¿Acaso un hombre sensual, delicado, suntuoso en sus vestidos y criado en la molicie? No, no es en el desierto, es sí en la corte donde reinan la vida blanda y el lujo, y en donde se hallan esta especie de gentes. ¿Qué viene, pues, a ser este hombre a quien habéis ido a ver? Tal vez diréis que es un profeta; mas yo os digo que es más que profeta: que este es el Ángel de quien el Señor, hablando al Mesías, dice en la Escritura: He aquí mi Ángel; he aquí tu precursor, al cual he enviado delante de ti para allanarte los caminos. Estas palabras que el Salvador cita aquí son del profeta Malaquías en el cap. III, en todo el cual no habla más que de la venida del Mesías.

Este Profeta acababa de dirigir una censura sangrienta a los judíos por el modo impío con que trataban al Señor,

domingo, 1 de diciembre de 2013

1o. DOMINGO DE ADVIENTO -LECTURAS BÍBLICAS, REFLEXIONES, MEDITACIÓN Y PROPÓSITOS-


Oración de la Misa de este día como sigue:



Haced, Señor, que resplandezca vuestro poder, y venid, a fin de que con el auxilio y la protección de vuestra gracia, seamos libres y salvos de los peligros ejecutivos, que nos amenazan por nuestros pecados. Así te lo suplicamos a Ti, Señor, que siendo Dios vives y reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Así sea.


La Epístola es tomada de la que escribió el apóstol san Pablo a los Romanos, capítulo XIII, vers. 11 a 14.

Hermanos míos: Sabemos que es tiempo ya que despertemos y salgamos del sueño en que estamos; porque la salud está más cerca que cuando hemos recibido la fe. La noche ha durado hasta aquí: el día va a nacer: dejemos, pues, por tanto las obras de las tinieblas, y revistámonos de las armas de la luz. Caminemos con decencia, como se hace durante el día; no en glotonerías y embriagueces, no en sensualidades y disoluciones, no en pendencias y envidias; mas por el contrario vestíos de Nuestro Señor Jesucristo.


REFLEXIONES.

La noche ha durado hasta aquí: el día va a nacer. Muy larga es la noche cuando dura toda la vida; y es demasiadamente triste el no despertarse hasta la muerte. Sin embargo esta es la suerte deplorable de muchos. Todo el tiempo de la vida, esto es, este número determinado de días que no se nos ha concedido sino para trabajar para el cielo, se nos pasa en un sueño letárgico con respecto a la salud. La vida de la mayor parte de los hombres casi no es otra cosa que un sueño profundo, durante el cual el alma se alimenta de mil fantasías quiméricas. Vastos proyectos de ambición; fantasmas seductores de placeres; vanos, pero funestos triunfos, de todas las pasiones; planes magníficos de fortuna; he aquí los sueños que no dejan de fatigar, pero que agradan. Casi toda la vida se pasa en sueños. Se cree uno poderoso, se cree feliz, se lisonjea de que es rico; pero el adormecimiento no es eterno. La muerte despierta. No se ve el día hasta que se va a perder, y se encuentra uno con las manos vacías, cuando se imaginaba que era más rico. Grandes del mundo, dichosos del siglo, mujeres mundanas, ¡qué sorpresa, qué espanto, cuando os despertaréis a la hora de la muerte, y os dirá el soberano Juez: tiempo es ya de salir de ese adormecimiento, de ese sueño, de ese letargo! Se despierta entonces; la fe, la razón, la conciencia, todo entra en sus derechos. Somos entonces racionales, somos cristianos, se piensa con justicia, no se ve nada mas que un falso brillo: ¡buen Dios, qué bello punto de vista es el lecho de la muerte, desde el cual se presenta con toda claridad la vanidad de todo lo criado, de todo lo que deslumbra, de todo lo que pasa! En el lecho de la muerte, los más grandes príncipes, los señores más poderosos, los que ocupan los primeros puestos, se encuentran al nivel del más vil esclavo: ¿y qué es lo que queda en el sepulcro de aquellos palacios magníficos, de aquellos soberbios equipajes, de aquellos tesoros acumulados con tantos afanes; qué queda de aquellos placeres tan buscados, de aquellas fiestas tan brillantes, de aquellos adornos tan ricos, de aquellos aires tan mundanos y tan joviales? ¡Qué espantoso, qué cruel es el no descubrir al tiempo de despertarse otra cosa mas que paños mortuorios, cenizas, sepulcro, una eternidad desgraciada! La salud está cerca, es decir, que llega el momento decisivo de la salvación eterna, que el Esposo llama a la puerta, el Padre de familias viene a pedir cuenta del empleo de los talentos confiados y escondidos, de este número de días, de horas y de años cuasi del todo perdidos. La salud está cerca: ¡ah! ¡Nunca estuvo más lejos de muchos esta salud eterna! Aprovechémonos del consejo del Apóstol. He aquí el tiempo más a propósito de despertarnos y salir de la somnolencia en que estamos. La Iglesia nos propone estas mismas palabras al principio del Adviento para despertar en nosotros el espíritu de piedad, al acercarse esta gran fiesta, que puede llamarse la fiesta de nuestra salud. Mucho tiempo hace que Jesucristo ha nacido, sin embargo se nos representa como si cada año naciese; y en el tiempo que precede a la solemnidad de su nacimiento, se nos dice que nuestra salud está cerca, y el mismo Apóstol nos instruye acerca de las disposiciones que debemos tener para que el divino Salvador que nace sea nuestra salud. Dejemos, pues, por tanto las obras de las tinieblas, que son las obras del pecado. Revistámonos de Jesucristo, copiemos en nosotros este divino modelo, expresando en nuestra conducta la pureza, la inocencia, la dulzura, la humildad, la sencillez, la caridad, la mortificación, la modestia, el desinterés y las demás virtudes de Jesucristo.


El Evangelio de la Misa es lo que sigue según san Lucas, capítulo XXI, vers. 25 a 36.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas: y en la tierra consternación de las gentes por la confusión que causará el ruido del mar y de sus ondas: quedando los hombres yertos por el temor y recelo de las cosas que sobrevendrán a todo el universo: porque todas las virtudes de los cielos serán conmovidas: y entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con grande poder y majestad. Cuando, pues, comenzaren a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas: porque cerca está vuestra redención. Y les dijo una semejanza: Mirad la higuera y todos los árboles: cuando ya producen el fruto, entendéis que cerca está el estío. Así también cuando veréis hacerse estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sean hechas. El cielo y la tierra pasarán; mas mis palabras no pasarán.

MEDITACIÓN

G. DORÉ - JUICIO FINAL


Sobre la venida del Hijo de Dios como Salvador y como Juez.

PUNTO PRIMERO. –Considera con qué sabiduría y por qué motivo nos propone la Iglesia en este día el doble advenimiento del Hijo de Dios, el uno al fin de los siglos como Juez soberano de todos los hombres, y el otro el día de su nacimiento como Salvador del mundo. Como de estos dos advenimientos depende nuestra suerte eterna y toda la economía de la salvación, la sabiduría de Dios los ha hecho, por decirlo así, con respecto a nosotros, mutuamente dependientes el uno del otro. La cualidad de Salvador debe ponernos en estado de mirar con confianza la de soberano Juez, y la de Juez severo debe conducirnos a ponerlo todo por obra para que nos sea útil y fructuosa la dulce cualidad de Salvador. Este es el espíritu de la Iglesia cuando en el primer día de Adviento nos hace en el Evangelio de la misa una descripción tan espantosa del último juicio, al mismo tiempo que en los oficios nos presenta la imagen más interesante y la más consoladora del nacimiento del Salvador: para que comprendamos que todo lo que Jesucristo tiene de amable, dulce, afable y compasivo en el pesebre, tendrá de terrible, severo, inexorable y espantoso cuando apareciere sobre las nueves lleno de poder y de majestad en el último juicio, y para hacernos ver cuán justo es que sean rechazados por Jesucristo, soberano Juez, aquellos que no quisieron prepararse a recibir a Jesucristo cuando nace como Salvador: ¡qué sentimiento, qué despecho, qué rabia para los réprobos el pensar que este Juez entonces tan terrible, tan espantoso, tan severo, se había dignado hacerse niño por amor de ellos!

TIEMPO DE ADVIENTO 1

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

***

El primer domingo de Adviento es el primer día del año eclesiástico, y el principio de un tiempo privilegiado que precede a la fiesta de Navidad, y que en la intención de la Iglesia no es otra cosa que una preparación para esta gran fiesta. Algunos creyeron que el Adviento era de institución apostólica, pero por lo menos es tan antiguo en la Iglesia como la fiesta de Navidad. Desde que se ha celebrado el día del nacimiento del Salvador, ha exhortado la Iglesia a los fieles a que se preparen para la celebración de este día venturoso, y ella misma les ha dado ejemplo por las oraciones que ha multiplicado en este santo tiempo y por los ejercicios de penitencia que les ha dictado.

San Perpetuo
    Como el Adviento no es otra cosa, según el espíritu de la Iglesia, que un tiempo destinado antes de la fiesta de Navidad para prepararse por medio de la oración, el ayuno y los ejercicios de piedad a celebrar y hacerse favorable el advenimiento, esto es, la venida de Jesucristo, designada por la palabra Adviento; no hay prácticas de penitencia y devoción que los fieles no hayan puesto en uso durante este santo tiempo. San Perpetuo, obispo de Tours, que vivía hacia la mitad del siglo V, viendo que el fervor de sus diocesanos se resfriaba de día en día en los ejercicios piadosos de este santo tiempo, y sobre todo que se habían relajado mucho en cuanto al ayuno, ordenó que se ayunase por lo menos tres días en la semana durante el Adviento, que era entonces de seis semanas como la Cuaresma. El primer concilio de Macon, celebrado el año de 581, ordenó lo mismo, y añadió que se celebrase la misa y el oficio divino según el orden y la regla que se observaba en la Cuaresma.

Este canon del concilio de Macon, que dispone que durante el Adviento se celebre la misa como en Cuaresma, nos da bastante a conocer que el Adviento se ha mirado siempre como la Cuaresma de Navidad; esto es, que así como la Cuaresma de cuarten días había sido instituida en la Iglesia para que sirviese de preparación a la fiesta de Pascua, del mismo modo fue establecido el Adviento para disponernos a la celebración de la de Navidad. Los ayunos del Adviento tenían bastante relación con los de Cuaresma en las iglesias donde se ayunaba todos los días desde el siguiente a la fiesta de san Martín; y esto es lo que dio ocasión a los regocijos que se han acostumbrado en esta festividad, igualmente que se hacía en la víspera de Cuaresma, en cuyo día era permitido comer carne, no comenzándose hasta el otro día la abstinencia y el ayuno. En algunas iglesias el Adviento comenzaba en el mes de septiembre; pero como no se ayunaba más que tres veces en la semana, resultaban siempre solos cuarenta días de ayuno hasta Navidad. El segundo concilio de Tours, año de 567, obligaba a todos los religiosos a ayunar solamente tres días en la semana durante los meses de septiembre, octubre y noviembre; pero el mes de diciembre debían ayunarle todo hasta Navidad. Todo esto manifiesta que el Adviento no ha sido en todas partes igual en cuanto al número de días; ha sido más largo ó más corto, más seguido ó más interrumpido, en tiempos y lugares diferentes; esta diferencia de tiempos y de costumbre se halla en los antiguos Sacramentarios: la práctica de observar un Adviento de cuarenta días ó de seis semanas subsistía aun en el siglo XIII, al menos en algunas iglesias y entre los monjes; y aun después que la Iglesia ha reducido el tiempo de Adviento a cuatro semanas, la abstinencia y el ayuno son de regla indispensable en muchas Órdenes religiosas.

San Pedro Damiano
Los Capitulares de Carlomagno hacen el Adviento de cuarenta días, dándole también el nombre de Cuaresma. Este pasaje de los Capitulares atribuye solo a la costumbre los ejercicios piadosos del Adviento; sin embargo, no deja de declarar que es un tiempo de oración, de ayuno y de penitencia. Y aunque todos los días del año -añadieron- deben ser días de oración y penitencia, los días del Adviento deben ser singularmente consagrados a estos santos ejercicios de religión. San Pedro Damiano da también al Adviento el nombre de Cuaresma. El papa Nicolao I, exponiendo a los búlgaros recién convertidos a la fe las costumbres de la Iglesia católica, no olvida la cuaresma del Adviento como muy antigua en la Iglesia romana. Rodulfo, dean de Tongrés, dice que el Adviento era de seis semanas en Milán y en Roma, y que en Roma se ayunaba todavía entero en su tiempo. El papa Bonifacio VIII en la bula de la canonización de san Luis declara que este gran Príncipe pasaba en ayunos y oraciones los cuarenta días antes de la fiesta de Navidad. San Carlos no hacía más que renovar los antiguos cánones de la Iglesia cuando quería que se exhortase vivamente a todos los fieles a que comulgasen por lo menos todos los domingos del Adviento, mandando a los curas que inclinasen sus parroquianos a observar religiosamente el antiguo estatuto del papa Silverio, que dice, que aquellos que no comulguen muy a menudo, comulguen al menos los domingos de Adviento y de Cuaresma. Estas palabras son muy notables: Ut qui sæpius non communicant, singulis saltem dominicis diebus in Quadragesima corpus Domini sumant, ac præterea diebus dominicis Adventus.

San Carlos Borromeo
Dirigió además san Carlos a sus diocesanos una carta pastoral en lengua vulgar, en la que les enseña, que si el Adviento era de seis semanas en la iglesia de Milán, era para prepararse a recibir el Hijo de Dios, que del seno de su Padre viene a la tierra para conversar con nosotros; que era por tanto necesario en todos los días del Adviento quitar algún tiempo a las demás ocupaciones para meditar en secreto quien es el que viene, de dónde viene, cómo viene, quiénes son los hombres por quien viene, y por fin, cuáles son los motivos y cuál debe ser el fruto de su venida: añade que era necesario prepararse a recibirle, deseando su venida tan ardientemente como la han deseado los Profetas y los justos del Antiguo Testamento, purificándose por la confesión, por los ayuno es y por la comunión sacramental. Les dice que en otro tiempo se había ayunado todo el Adviento, como si todo este tiempo no hubiese sido más que la vigilia de Navidad; la excelencia, la santidad y la celebridad de esta fiesta piden con razón, les dice, una preparación tan grande, y una vigilia tan larga; les exhorta a que ayunen algún día de la semana durante el Adviento, ó muchos días según la devoción de cada uno, y a distribuir con abundancia socorros y limosnas entre los pobres; en este tiempo, dice, en que la caridad del Padre eterno nos dio y nos da aun todos los años su propio Hijo, como un tesoro infinito de todos los bienes, y como una fuente de gracias y de misericordias; que era precisos aplicarse más que nunca a las buenas obras, y a la lectura de los libros de piedad; en fin, que era necesario disponerse de tal manera para este primer advenimiento del Hijo de Dios, que pudiésemos esperar su segundo advenimiento, no solo sin temor, sino con aquella confianza y aquella alegría que acompaña siempre a la buena conciencia. He aquí el resumen de aquella admirable instrucción de san Carlos, por la que, instruyendo a los pueblos tanto por su ejemplo como por sus palabras, había obligado a todos los eclesiásticos de su casa a comer al menos de pescado durante el Adviento, conforme a la costumbre antigua de los adscritos a la Iglesia, dicen las actas de la iglesia de Milán.

Tal ha sido en todo tiempo la persuasión de que el Adviento era un tiempo de penitencia, de oración y de recogimiento, que los obispos de Francia se tomaron la libertad de representar al rey Carlos el Calvo, en 846, que no era conveniente que los obispos permaneciesen en la corte en el santo tiempo del Adviento, ni en la Cuaresma, bajo cualquier pretexto que fuese, y que por lo tanto suplicaban a S.M. les permitiese retirarse a sus diócesis para instruir los pueblos, y prepararlos para las fiestas de Pascua y de Navidad.

He aquí la idea que en todo tiempo ha formado la Iglesia del santo tiempo del Adviento, al cual ha mirado siempre casi al par con el santo tiempo de Cuaresma. Y si todos los domingos del año, como se ha dicho, deben santificarse con tanta religión, ¿con qué ejercicios de devoción, y con qué pureza no deben santificarse todos los domingos del Adviento, tan privilegiados sobre todos los demás del año? El oficio empezaba antiguamente con este invitatorio: Ecce venit Rex, ocurramus obviam Salvatori nostro: He aquí nuestro Rey que viene, salgamos al encuentro a nuestro Salvador. En otras partes se decía también, como se dice hoy: Regem venturum Dominum: venite, adoremus. Venid, hermanos míos, adoremos a nuestro divino Señor, nuestro soberano Rey que debe venir de aquí a pocos días. En algunas iglesias, como en Auxerre, se decía por invitatorio: Ecce lux vera: He aquí que viene la verdadera luz; y durante este tiempo venía un niño desde detrás del altar hasta la silla de los cantores con un cirio encendido. En Marsella durante el Adviento, después de Maitines, y antes de comenzar Laudes, se interrumpía por algún tiempo el oficio para suspirar por la venida del Salvador, y la expectación de la salud: se arrodillaba todo el coro, y se cantaba solemnemente: Emitte Agnum Domine, Dominatorem terræ: Enviad, Señor, el Cordero divino, Señor de toda la tierra; lo cual se continuaba hasta la vigilia de Navidad. De aquí aparece que en todo tiempo nada se ha omitido para reanimar durante el Adviento la religión y la devoción de los fieles.

Para excitarnos, pues, a ésto, la Iglesia nos propone a un tiempo en este día las dos venidas de Jesucristo, como un doble objeto de la devoción de que quiere que estemos penetrados en todo este santo tiempo; persuadida de que si sabemos aprovecharnos de la primera, no podrá menos de ser favorable la segunda. El Evangelio de este día habla de la segunda venida, y la Epístola es una viva exhortación para que salgamos del sueño letárgico en que vivimos, y que nos aprovechemos de estos días de salud, a fin de que no inutilicemos la primera venida del Salvador, que debemos celebrar el día de su nacimiento.

Fuente: P. Jean Croisset, "Año Cristiano ó Ejercicios devotos para todos los Domingos, días de Cuaresma y Fiestas Móviles" TOMO I. Librería Religiosa, Barcelona 1863.

sábado, 30 de noviembre de 2013

DE LOS MOTIVOS DE SANTIFICAR EL ADVIENTO


Muévenos a santificar el Adviento las razones más poderosas, en primer lugar de nuestro más importante interés espiritual; en segundo de obligación y gratitud a nuestro Dios y Redentor; y en tercero de obediencia al precepto e intimaciones de la Iglesia. Menospreciar el tiempo de salvación es una insensibilidad supina de nuestro más ventajoso bien espiritual, el Misterio de la Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios es origen y causa de todas las bendiciones celestiales y Gracias que podemos recibir y esperar. Por Él debemos ser levantados del pecado, y recibir fuerza con que domar las pasiones, y triunfar de todos nuestros enemigos por Él somos enriquecidos con las gracias más preciosas, y exaltados a la dignidad de hijos de Dios. El libertarnos de la esclavitud del Dominio, y de las inexplicables miserias y daños del pecado, en cuyo reato vamos cada vez sumergiéndonos más condenados a ser masa de corrupción eterna, el ser purificados de toda impureza y escoria, adornados de todas las gracias, y por la misericordiosa adopción de Dios ser hechos hijos de Él y herederos de su Reino son unas ventajas tan inmensas, que no podremos pararnos a considerar circunstancia alguna de ellas sin salir fuera de nosotros en raptos de admiración, adoración, y alabanza. Mucho menos podríamos pesar el precio inmenso de nuestra redención, ni contemplar el modo maravilloso con que fue hecha, sin sentirnos penetrados de los misterios más incomprensibles de la Divina misericordia. Aunque no somos capaces de hacer el justo aprecio del tesoro ilimitado de gracias tan sublimes como las que este misterio nos ha obtenido, y nos ofrece diariamente a lo menos no hemos de ser tan insensibles que no hayamos de arder en un deseo vivo de obtener tan preciosas y abundantes gracias como ha granjeado para nosotros, de muchas de las cuales podemos aposesionarnos en esta presente vida, y habilitarnos con justo título para otras mayores. “Dios que es rico en misericordias, por el grande amor con que nos amó cuando estábamos muertos en el pecado, nos ha despertado juntamente con Cristo, y nos ha resucitado a un tiempo, y nos hizo sentar en los sitios celestiales con Cristo Jesús.[1]

Las fuentes de estas gracias nos están francas en todos tiempos; pero las festividades en que hacemos especial conmemoración de los Misterios principales de nuestra Redención, son de un modo particular días felices de salvación, en que se prodigan con más liberalidad y abundancia todos sus tesoros. En estos días la Iglesia entera con un corazón y un espíritu presenta a Dios los homenajes y sacrificios más fervorosos de adoración y alabanza, y junta los sufragios, suspiros, y lágrimas para moverle a renovar en sus siervos las maravillas de sus misericordias. En estas festividades se muestra más propicio y favorable para recibir súplicas, y producir en nuestras almas los abundantes frutos de sus mayores misterios: Cristo vino con su nacimiento a comunicarnos en lo posible todo el tesoro de su Divinidad: pero no podemos esperar que nos haga partícipes de sus dones sin presentarnos dispuestos y preparados dignamente a recibirles. Para nosotros nació, y nos ofrece todas las gracias sin límite con que vino a enriquecernos; nos le debemos representar como nacido para nosotros visiblemente en Jerusalén, y como viniendo de una manera invisible, ó en espíritu a comunicarnos ahora todos los efectos gloriosos y frutos de su Encarnación y Nacimiento: las disposiciones que en nuestra alma encuentre serán la medida de la gracia, que nos comunicará su misericordia por los méritos de este MisterioEl Tesoro es infinito, y el Señor arde en deseos infinitos, y en un amor que lo es tanto como Él mismo, por comunicarnos con liberalidad ilimitada todas las riquezas de la gracia. No tenemos que temer que llegue a quedar exhausta su bondad, ni seca la fuente de donde dimanan, porque ambas son infinitas: cuanto más de ellas recibamos más dispuestos quedamos a recibir mayores porciones; y más agradables seremos a la vista del Señor que las reparte. ¿Qué incentivo no es este para prepararnos con fervor a recibir y granjear ventajas tan grandes? Cuanto más abramos nuestros corazones para recibirlas más se irá extendiendo el ardor de nuestros deseosEstas gracias no son menos que todos los dones incomprensibles de la Divina Misericordia, Redención, Gracia, y Gloria. Aquella que cura las heridas más profundas, y es el complemento de todos los deseos de nuestra alma, que limpia las manchas de todos nuestros pecados, trastorna la sentencia de nuestra condenación, y nos rescata de la esclavitud del Demonio, y de los tormentos del Infierno: aquella gracia que nos trae el triunfo sobre todas nuestras pasiones y enemigos, forma en nuestras almas la Imagen santa y gloriosa de Jesucristo, y nos colma de las plenitudes de su Divino Espíritu: aquella gracia con que somos llamados, y hechos realmente hijos de Dios, compañeros de los Ángeles y bienaventurados, herederos de la gloria eterna, y coherederos con Cristo. ¿Podríamos levantar nuestros deseos a mayor altura que a las de tan inestimables privilegios? ¿Podemos ni aun formar una leve idea de las circunstancias de ellos? ¿Cuáles no deben ser los raptos de nuestra alegría y admiración al verlo, y al pensarlo: cuál el fervor de nuestra devoción en pedirles, y el ardor de nuestros deseos por obtenerles? Pero ¡ah! Que vino a nosotros, y nosotros no le recibimos, como sucedió cuando nació entre los ingratos de su pueblo[2]; aquella misma ceguedad e insensatez Judaica lamentamos en nuestros días entre los Cristianos.

San Bernardo de Claraval
Nota San Bernardo[3], que debemos distinguir tres Venidas de Cristo: la primerapor la que se nos manifestó en carne mortal; la segunda por la que entra invisiblemente en nuestras almas, a habitar en nosotros por su gracia y su espíritu, naciendo de este modo en nosotros espiritualmente; y la terceracuando venga con todo su poder y majestad a juzgar perentoriamente al mundo. Las incomparables ventajas que sacamos, y esperamos sacar de su primera venida, y nuestra seguridad y dicha en la última de que hemos hablado, dependen del modo de recibirle en su segunda venida, con la que toma posesión, y habita en espíritu en nuestros corazones. Es pues, de la mayor importancia y necesidad que convidemos a nuestros pechos a Cristo, para que Él sujete nuestros afectos y potencias al Imperio de su amor santo. ¡Oh! Dichos aquel, exclama San Bernardo[4]en quien tu estableces tu morada. Oh Señor, feliz aquel en quien la Divina Sabiduría preparó su Tabernáculo. En estas almas destruye Él mismo el Imperio del pecado, se apodera de sus afectos, y reina soberanamente a ellos: no hay deseo, potencia, ni sentido que no se mueva por solo su Espíritu, y que no obedezca a su santa voluntad. Con que registremos nuestros corazones nos hallaremos a una distancia inmensa de este estado feliz, y podremos temer con razón que Cristo no haya nacido espiritualmente en nosotros; ó cuando mucho habrá sido en nuestros corazones muy débil a e imperfecto su espiritual nacimiento.Cristo viene a visitarnos, dice San Bernardo, pero si no le recibimos en nuestras almas, viene contra nosotros, y para nuestra condenación.[5] En vano es que naciese para nosotros si no ha nacido en nosotros espiritualmente: hacemos en este caso abortivos los efectos y designios de amor y misericordia que tuvo en su primer nacimiento, y vendrá en el último día, no a coronarnos, sino a condenarnos: temblemos pues a vista de nuestra pasada ingratitud. ¿Cuántas venidas no tenemos ya perdidas? Pues otros tantos llamamientos de su Misericordia están pidiendo justicia y venganza contra nosotros. Enmiende nuestro fervor en el Adviento las pasadas negligencias, y desechemos la pereza después de tanto tiempo perdido, después de menospreciados tantos llamamientos, tantas gracias abusadas, después de tan repetidas infidencias, podemos todavía reconciliarnos, y ser todavía del dichoso número de que se dijo: “a cuantos le recibieron les ha dado poder para hacerse hijos de Dios”.[6] Seremos enteramente insensibles sino aspiramos a esta elevada, tan necesaria gracia, y esencial felicidad, temiendo el riesgo más leve de perderla. El fervor de esta disposición se manifestará por el ahínco con que busquemos los medios de prepararnos en el tiempo santo del Advenimiento.  

Aunque no se atendiese tanto, como se atiende, nuestra alegría espiritual, y nuestro único interés, y felicidad en hacer este tiempo de Adviento días de santificación, nos debería excitar a su fervor poderosísimamente la deuda, el amor, y la gratitud a Dios: motivos que pesan más que todos los demás en un alma generosa. El Dios omnipotente, cuya presencia no podría sufrir toda la creación, si se manifestase en la inmensa, e incomprensible gloria de su Majestad, ante quien según las expresiones del Profeta, temblarían los montes, el sol retiraría su luz, la tierra huiría, y la naturaleza se reduciría a la Nada: aquel Dios inmortal deja el Trono de su gloria, se reviste de nuestra flaqueza, y bajando infinitamente de su grandeza, se humilla, se anonada hasta el extremo de parecer como la más abatida de sus criaturas, solo por dar luz a nuestra obscuridad, librarnos de las garras de nuestra eterna muerte, sacarnos del abismo de nuestras miserias, exaltarnos al Trono de su gloria, y enriquecernos con los dones de su Divinidad¿Y podremos todavía permanecer sumergidos en las escorias de la tierra, tan insensibles y tan ingratos que no prestemos la más leve atención a tanta Misericordia, ni a la presencia de Majestad tan adorable? ¿No rebosan nuestros corazones amor, gratitud, y pasmo a vista de misterio tan portentoso, y de una condescendencia y bondad tan inefables de un Dios tan grande y misericordioso? No arden nuestras almas en el fuego de unos deseos vivos de salir a recibirle, de hacerle centro de nuestros homenajes, de ofrecernos a Él en recompensa de haberse ofrecido a nosotros, y de prepararle en nuestros corazones el mejor hospedaje de que seamos capaces, que es el que el Señor viene a buscar? Si un Rey de la tierra viniese a honrarnos con su visita, ¿qué medios, qué artes, que esmeros no emplearíamos por limpiar de toda hediondez, e indecencia nuestras casas, corrigiendo cualquier deformidad, y adornando con toda especie de primores su hospedaje, o habitación: qué cuidado no pondríamos en que no hubiese en nuestro hogar cosa que pudiera ofenderle, ni disgustarle, en que nada faltase que pudiera deleitarle y darle gusto, y que manifestase el aprecio que hacíamos de favor tan grande? ¿Y qué ofensa tan irremisible no sería descuidar en esta preparación? Con razón perderíamos toda su gracia y valimiento, y cuanto podíamos prometernos de su presencia, y con nuestro menosprecio incurriríamos justamente en su grande indignación. El pecado, el apego mundano de nuestro corazón, y la esclavitud a nuestras pasiones desordenadas, son una abominación a la vista del Señor, e incompatibles con su Divina presencia: los ornatos de las virtudes son los atractivos que le convidan a nuestras almas, y quien hace que habite en ellas: si somos negligentes en remover los impedimentos, y en prepararle bien el hospedaje para recibirle, le cerramos nuestros corazones; y una insensibilidad, e indiferencia tan criminales helarán un corazón como el suyo que se abrasa en amor por nosotros, que arde en compasión por nuestras miserias, y que se exhala en deseos ardientes de darse a sí mismo, todo entero, por coronarnos de las infinitas misericordias de su gloria. Por esta razón envió el Señor al Bautista (San Juan Bautista) delante de sí, para que anunciase la necesidad y obligación que teníamos de preparar un augusto hospedaje espiritual a su Persona.

viernes, 20 de septiembre de 2013

LA VOZ DEL PAPA: “id a los abandonados”

La voz del Papa:
“id a los abandonados”


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a)   El Papa invita a los católicos a ir a los pobres y abandonados, que esperan la proximidad de un hermano que llore con ellos.
“Id, dilectos hijos e hijas, id a los humildes, a los pobres, a los enfermos, a los infelices, a los abandonados por el mundo; id a ellos para levantarlos, para restaurarlos, para consolarlos, para ayudarlos, para animarlos. En sus desazones, en sus sufrimientos, en sus dolores, en su soledad, sientan ellos la proximidad del hermano que llora con ellos, que toma parte en su desventura y miseria, que es su amigo en la adversidad, que tiene una mano que los ampare, una palabra que calma su desdicha y les señala, por encima de la fugaz apariencia del tiempo, los inmutables bienes de la eternidad” (Pio XII, A los dirigentes de la Acción Católica Italiana [4 septiembre 1940] n.19: Col. Enc., p.1154).

b)   A ir a la juventud, amada de Cristo, expuesta a tantos peligros, para cultivar la semilla de la Fe.
“Id a la juventud, pues aunque en Italia la prudencia de los gobernantes ha reconocido la enseñanza religiosa en las escuelas elementes y medias, como “fundamento y perfección de la instrucción pública” (cf. Concordato entre la Santa Sede e Italia a.36), sin embargo, por su condición y fervor juvenil, se halla sujeta a encontrarse con tantos y tan graves peligros, que tiene necesidad de una vigilancia cada vez más asidua y profunda. Los jóvenes son la esperanza de la familia y de la patria. Jesús mismo amó singularmente a los niños, y amó al joven virtuoso; y en los núcleos de la juventud, ávida de lo por venir, cálida en sus entusiasmos, impávida ante los obstáculos, es donde encuentra la Esposa de Cristo sus levitas, aquellos corazones tan ardientes y generosos que habrán de guardar el arca santa y llevarán la buena nueva a todo el pueblo y a todas las gentes hasta los confines de la tierra. En medio de la juventud, haceos abanderados, maestros, compañeros; haceos jóvenes con los jóvenes, niños con los niños, caricias y su abrazo divino; entrad en sus almas para conservar en ellas las flores de la inocencia y de la virtud y sembrarlas con las semillas de aquella sabiduría de camino, de verdad y de vida, lámpara de la fe, que a la postre ha de posarse en el último descanso de la tumba. (ibid, n.20: Col. Enc., p.1154).

c)   A ir a los adultos, en cuyos espíritus se levante el grito angustioso del alma inmortal.
“Id también a los adultos, que, al crecer en su juventud y educarse en una atmósfera saturada de agnosticismo, cuando el hombre, temerario investigador de la materia y de la naturaleza, se ensoberbecía por sus inventos y por sus sueños, enfrentándose con Dios, hoy, al derrumbarse tantas ideologías y sistemas, sienten, consciente e inconscientemente, que desde el fondo de su espíritu se levanta el grito angustioso del alma inmortal, no satisfecha ya con los triunfos de la ciencia puramente humana ni con los atractivos del progreso moderno; grito que suscita en ellos la adormecida, pero irresistible nostalgia de acercarse a Jesucristo y a los inefables fulgores de su doctrina” (ibid., n.21: Col. Enc., p.1155).

d)  A ir en medio del mundo, confiando en Cristo Luchando por todos los medios, dirigidos por la jerarquía.
“Id en medio del mundo. Confiad en Cristo, que ha venido al mundo. Que vuestras armas sean el apostolado de la oración, del ejemplo, de la pluma, de la palabra; la humildad y la benevolencia, la paciencia y la mansedumbre, la prudencia y la discreción; la caridad prudente, que condesciende con los equivocados, pero no con el error, porque nada desea más ni con mayor ardor toda alma humana que la verdad. Sean vuestras reglas y artes en la palestra espiritual todas aquellas múltiples iniciativas y actuaciones que llegaren a aprobar, coordinar y dirigir los obispos y la Comisión Cardenalicia que Nos hemos constituido” (ibid., n.22: Co. Enc. P.1155).

e)   Es necesario ir a los pobres, adonde ellos viven.
“Pero ir a los pobres no quiere decir caminar sobre mullidas alfombras en lujosas moradas. Ellos viven en tristes casuchas, a veces sin techo siquiera, como aquellos desgraciados nómadas, y entre ellos dos niños, que en esta misma Roma dormían bajo un carromato sobre la desnuda tierra. Además, deberéis buscar siempre a los pobres, cuando estén dispuestos a escuchar cuanto de bueno se les quiera decir. Así, una señora colocábase todas las mañanas muy temprano sobre la terraza que daba al cuartucho en que un hombre violento vivía en concubinato con una desventurada digna de él, y a quien aquella compasiva compañera vuestra habíase empeñado en convertir de nuevo a Dios; y allí permanecía a veces bajo intensa lluvia, hasta que se abría la puerta, con la esperanza de que al fin también se abrirían los corazones. Otra señora, para llevar a feliz término la preparación religiosa de una joven israelita, no rehuía los calores del verano, soportados en un rincón de obscura tienda, para instruir a su catecúmena” (Pío XII, A las Damas de San Vicente de Paúl, de Roma, 13 de marzo de 1940).

f)    Un cristiano convencido del Espíritu de Cristo y de la Historia de la Iglesia, no puede permanecer en un cómodo aislacionismo ante las necesidades del hermano.
“Al contrario, el espíritu y el ejemplo del Señor, que vino para buscar y salvar lo que estaba perdido; el precepto del amor, y, en general, el sentido social que irradia de la buena nueva; la historia de la Iglesia, que demuestra cómo ella ha sido siempre el apoyo más firme y más constante de todas las fuerzas del bien y de la paz; las enseñanzas y las exhortaciones de los Romanos Pontífices, especialmente en el correr de los últimos decenios, sobre la conducta de los cristianos para con el prójimo, con la sociedad y el Estado, todo esto proclama la obligación del creyente de ocuparse, según su condición y su posibilidad, con desinterés y con valor, en las cuestiones que un mundo atormentado y agitado tiene que resolver en el campo de la justicia social, no menos que en el orden internacional del derecho y de la paz.

Un cristiano convencido no puede encerrarse en un cómodo y egoísta aislacionismo, cuando es testigo de las necesidad y de las miserias de sus hermanos; cuando le llegan los gritos de socorro de los desheredados de la fortuna; cuando conoce las aspiraciones de las clases trabajadoras hacia unas condiciones de vida más razonables y más justas; cuando se da cuenta de los abusos de un ideal económico, que coloca el dinero por encima de todos los deberes sociales; cuando no ignora las desviaciones de un intransigente nacionalismo, que niega o conculca la solidaridad entre cada uno de los pueblos, solidaridad que les impone múltiples deberes para con la gran familia de las naciones” (Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1948 n.9: Col. Enc., p.268).

miércoles, 11 de septiembre de 2013

CATECISMO BIBLICO Y APOLOGETICO (para descargar)

Prefacio
Para que el AÑO DE LA FE sea fructuoso

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EN ESTE AÑO DE LA FE, la publicación de este catecismo bíblico y apologético tiene tres fines:

1.     Obedecer a la voz del Papa y de nuestros obispos y apoyarlos en la defensa y propagación de la Fe católica;
2.     Apoyar a nuestros hermanos párrocos, sacerdotes, religiosos, religiosas y catequistas poniendo a su disposición un instrumento de trabajo para hacer llegar la fe y doctrina católicas a todas las almas que la Santa Madre Iglesia católica les ha confiado;
3.      Poner en las manos del pueblo católico un libro sencillo, completo donde puede encontrar un resumen de la Fe católica para conocer su propia Fe y defenderse de la propaganda de las sectas anti católicas que con unas citas bíblicas falsificadas quieren arrancar a toda costa la Fe cristiana católica de los corazones de nuestro querido pueblo católico y mariano.

Las preguntas y respuestas de este Catecismo fueron redactadas por los Hermanos de la doctrina cristiana (FTD); contiene la Doctrina católica basada en la BIBLIA, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia. Debido a tanta confusión sembrada por el relativismo y las sectas, subproducto del protestantismo, hemos añadido numerosas citas bíblicas; afirmamos con claridad y convicción la Fe de todos los santos y papas y obispos católicos, y rechazamos con firmeza las acusaciones y pretensiones de las sectas fundadas por hombres rebeldes a la legítima autoridad del Papa y de los obispos que Cristo dejó en su Iglesia (San Lucas 10, 16). Nuestro fin, como lo dijimos ya, es apoyar al Papa y los obispos.

El cardenal Ratzinger, ahora Papa BENEDICTO XVI, en su libro INFORME SOBRE LA FE (Ed. BAC 7ª edición paginas 80-81), ya en 1985 decía que las confusiones que descubre en la teología se traducen en graves consecuencias para la catequesis. «Puesto que la teología ya no parece capaz de transmitir un modelo común de la fe, también la catequesis se halla expuesta a la desintegración, a experimentos que cambian continuamente. Algunos catecismos y muchos catequistas ya no enseñan la fe católica en la armonía de su conjunto -gracias a la cual toda verdad presupone y explica las otras- sino que buscan hacer humanamente “interesantes” (según las orientaciones culturales del momento) algunos elementos del patrimonio cristiano. Algunos pasajes bíblicos son puestos de relieve, porque se les considera “más cercanos a la sensibilidad contemporánea”; otros, por el motivo contrario, son dejados de lado. Consecuencia: no una catequesis comprendida como formación global en la fe, sino reflexiones y ensayos en torno a experiencias antropológicas parciales, subjetivas»
A principios de 1983, el futuro papa Benedicto pronunció en Francia una conferencia precisamente sobre la “nueva catequesis”. Dijo entre otras cosas: «El primer error grave fue suprimir el catecismo, declarándolo superado; a lo largo de estos años, ha sido ésta una decisión universal en la Iglesia, pero esto no quita que haya sido una decisión errónea o, al menos, apresurada.» Ahora insiste: «Es necesario tener presente que, desde los primeros tiempos del cristianismo, aparece un “núcleo” permanente e irrenunciable de la catequesis, es decir, de la formación en la fe. […] Toda la exposición sobre la fe se halla organizada en torno a cuatro elementos fundamentales: el Credo, el Pater Noster, el Decálogo, los Sacramentos. Esta es la base de la vida del cristiano, la síntesis del Magisterio de la Iglesia, fundado en la Escritura y en la Tradición. El cristiano encuentra aquí lo que debe creer (el Símbolo o Credo), esperar (el Pater Noster), hacer (el Decálogo) y el espacio vital en que todo esto debe cumplirse (los Sacramentos). Esta estructura fundamental ha sido abandona­da en demasiadas catequesis actuales, con el resultado que comprobamos: la disgregación del sensus fidei [sentido de la Fe] en las nuevas generaciones, a menudo incapaces de una visión de conjunto de su religión».
En efecto, en cada siglo el porvenir del cristianismo católico depende de la enseñanza de la FE a los niños y jóvenes. En cada siglo el futuro del mundo depende de la predicación de la Fe católica. Hoy, por no tener fe en la vida eterna, la gente ya no tiene esperanza y tampoco caridad. Todos reclamamos justicia. Todo esto es fruto de la FE, donde no hay FE auténtica, no hay esperanza, no hay caridad, no hay tampoco justicia. El desorden actual en el mundo es fruto de la pérdida de la FE divina y católica en el pueblo. El católico, a pesar de las tentaciones humanas, sabe que debe actuar como un hijo de Dios y respetar la vida y bienes de sus hermanos y si no obra bien tendrá que dar cuentas a Dios mismo que juzgará a cada uno según sus obras (San Lucas 6, 36-37; Sabiduría 6, 2-7).
Este Catecismo es un tesoro para todos: para preparar a los niños y jóvenes a la primera Comunión, a la Confirmación y a la Confesión. También para preparar a los novios al Sacramento del Matrimonio, porque permite revisar las nociones básicas que todo católico debe saber para sacar fruto de los demás Sacramentos. Este Catecismo ayuda también a los adultos, a los papás, a los jóvenes, a los ancianos, incluso, a refrescar su memoria y saber los puntos fundamentales de la FE católica que han olvidado o nunca aprendido.
Si quiere usted profundizar la Fe católica, además de los catecismos que Ud. conoce ya, le aconsejamos consultar en Internet la rica biblioteca católica (www.statveritas.com.ar) y bajar y leer el Catecismo Romano del Concilio de Trento, el Catecismo del Papa San Pío X que, dice el papa BENEDICTO XVI, “fue para muchos una guía segura en el aprendizaje de las verdades de la fe por su lenguaje sencillo, claro y preciso y por su eficacia expositiva”. (http://www.zenit.org/article-36263?l=spanish).


+Padre Michel Boniface


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